Tras meses de escalada en la guerra comercial, Estados Unidos y China sorprendieron al mundo al acordar el 12 de mayo una reducción drástica de aranceles mutuos durante 90 días. El pacto, sellado en Ginebra, implica que Washington bajará sus aranceles sobre productos chinos del 145% al 30%, mientras que Pekín reducirá los suyos sobre bienes estadounidenses del 125% al 10%. Este alivio temporal busca reactivar el comercio bilateral, paralizado por medidas que afectaron cadenas de suministro y mercados financieros globales.
Sin embargo, la tregua no ha eliminado la desconfianza. Beijing ha criticado a Washington por “socavar” las negociaciones, tras nuevas advertencias estadounidenses sobre el uso de chips de IA fabricados por Huawei y la imposición de controles de exportación que, según China, buscan “reprimir y contener” su desarrollo tecnológico. Además, China se mantiene firme en su postura sobre el fentanilo, calificándolo como un “problema de Estados Unidos, no de China”, pese a la presión de Washington para una mayor cooperación en este tema.
Ambos gobiernos han reiterado la importancia de mantener abiertas las líneas de comunicación para evitar una nueva escalada. No obstante, la rivalidad estratégica persiste: EE. UU. refuerza los controles tecnológicos y sus alianzas en Asia, mientras que China responde con medidas de represalia y reafirma su soberanía económica.
Por ahora, no se han anunciado nuevas rondas de negociaciones, aunque funcionarios de ambos países se reunieron recientemente al margen de la APEC en Corea del Sur. El tiempo apremia: la reducción arancelaria sólo estará vigente por 90 días, y el futuro de la relación bilateral sigue marcado por la incertidumbre y la competencia global.