La reciente Cumbre de Tianjin en China marcó un momento histórico: después de siete años, el primer ministro indio Narendra Modi y el presidente chino Xi Jinping se estrecharon la mano. Este encuentro, que tuvo lugar en el marco del 25º Foro de la Organización de Cooperación de Shanghai, representó más que un simple gesto diplomático. Ambos líderes gobiernan países que concentran casi el 40% de la población mundial y el 20% del PBI global, convirtiendo cualquier movimiento entre ellos en un acontecimiento geopolítico de primera magnitud.
La imagen del apretón de manos surgió tras la decisión de la Administración Trump de imponer aranceles del 50% a India, empujando a Modi a buscar nuevos socios comerciales. Sin embargo, este acercamiento plantea interrogantes fundamentales: ¿han dejado China e India definitivamente de lado sus diferencias, o se trata simplemente de un reposicionamiento táctico en medio de presiones externas?
De hermanos a rivales: una relación turbulenta
Las relaciones sino-indias han atravesado etapas radicalmente opuestas. Durante la década de 1950, ambos países vivieron lo que podría describirse como una luna de miel diplomática, resumida en el lema «Chini-Hindi bhai bhai» (China e India son hermanos). Sin embargo, la ocupación china del Tíbet, las disputas territoriales en torno a la Línea McMahon y la acogida del Dalai Lama por parte de India deterioraron rápidamente esta relación.
El punto de quiebre llegó en 1962 con la Guerra Sino-India, que culminó en una humillante derrota para Nueva Delhi. Este acontecimiento marcó profundamente la psique estratégica india y empujó al país a buscar el respaldo de la Unión Soviética para compensar su asimetría frente a China.
Tras la Guerra Fría, las reformas económicas de Deng Xiaoping transformaron a China en la segunda potencia económica mundial. India, por su parte, enfrentó desafíos mayores. El colapso de la URSS la privó de su principal socio comercial, forzándola a implementar reformas liberales bajo el primer ministro Narasimha Rao. A pesar de tasas de crecimiento cercanas al 7% anual en años recientes, India aún arrastra problemas estructurales: desigualdad profunda, déficit en infraestructura, burocracia compleja y tensiones étnicas y religiosas.
El giro estratégico de Modi y Xi
La llegada de Modi y Xi al poder marcó un cambio fundamental en la política exterior de ambos países. Xi abandonó la doctrina del «perfil bajo» de Deng Xiaoping para adoptar un rol protagónico en el escenario internacional. Bajo su liderazgo, China lanzó iniciativas globales como la Franja y la Ruta y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, consolidando su posición como potencia revisionista del orden occidental.
Modi, elegido gracias al exitoso desempeño económico de Gujarat durante su gestión como gobernador, llegó con la determinación de posicionar a India como gran potencia regional. Su declaración resume esta ambición: «El mundo ha aceptado que el próximo siglo será de Asia, pero debemos asegurarnos de que el próximo siglo sea de la India».
La estrategia de Modi se articula en tres ejes: consolidar relaciones con los vecinos del subcontinente indio mediante la política «Act East»; estrechar vínculos con Estados Unidos, Japón, Australia y otros socios para desarrollar capacidades tecnológicas y económicas; y equilibrar la competencia con China combinando cooperación selectiva con balanceo estratégico.
La partida de ajedrez regional
La rivalidad entre ambos países se manifiesta en múltiples frentes. China ha desplegado su controvertida estrategia del «Collar de Perlas», estableciendo bases e infraestructuras navales que rodean el subcontinente indio, desde Pakistán hasta Myanmar. India respondió con su propio «Collar de Diamantes», fortaleciendo sus capacidades marítimas y vínculos con países del Índico.
La relación de China con Pakistán, el principal rival de India, añade otra capa de complejidad. Pekín ha suministrado armamento, inteligencia y apoyo diplomático a Islamabad, incluyendo el respaldo a sus reivindicaciones sobre Cachemira. El puerto de Gwadar, desarrollado conjuntamente por China y Pakistán, permite a Pekín sortear un eventual bloqueo del estrecho de Malaca y proyectar influencia en el océano Índico.
Las tensiones también persisten en la frontera del Himalaya, donde los enfrentamientos militares, como el ocurrido en el valle de Galwan en 2020, recuerdan los fantasmas de 1962. A nivel económico, China quintuplica el PIB indio, una brecha que se ha ampliado dramáticamente desde 1991, cuando ambas economías eran similares.
La estrategia de Modi ha sido clara: India no se alineará permanentemente con ningún bloque. Participa en iniciativas con rivales estratégicos de China, como el Diálogo Cuadrilateral de Seguridad y la Iniciativa Indo-Pacífico Libre y Abierto, mientras mantiene simultáneamente contactos económicos y de seguridad con Pekín en la OCS. Esta postura refleja una transformación profunda del sistema internacional. A diferencia de la Guerra Fría, donde las potencias intermedias debían elegir entre superpotencias rivales, el orden actual permite el multialineamiento. India busca ser socia de todos sin aliarse permanentemente con nadie.