El renacimiento de OPEP: cuando el petróleo es poder geopolítico

De simple commodity a instrumento de poder y diplomacia energética
19/07/2025
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La reciente decisión de la OPEP de aumentar la producción ha desconcertado a muchos analistas. Arabia Saudita y los países del Golfo han dejado atrás la simple lógica de oferta y demanda; ahora el petróleo es una herramienta de poder geopolítico y financiero.

Entre 2011 y 2014, los precios del crudo rondaron los 110 dólares por barril, impulsados por una fuerte demanda y tensiones en zonas clave. Ese auge permitió que el petróleo de esquisto estadounidense escalara rápidamente, amenazando la hegemonía de OPEP. Cuando el shale inundó el mercado en 2014, los precios se desplomaron y Arabia Saudita decidió no recortar su producción, esperando que otros grandes productores, como Rusia, aceptaran compartir la carga. Al no hacerlo, Riad mantuvo su estrategia de precios bajos hasta 2017, buscando debilitar a los productores rivales, en especial a los estadounidenses.

Sin embargo, esta guerra contra el shale no salió como esperaba. En 2017, OPEP comenzó a recortar producción. Ese mismo año, con la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos y su histórica visita a Arabia Saudita, se consolidó una alianza clave. Trump apostó por la «dominancia energética» de EEUU, apoyando una mayor producción y el uso del petróleo como herramienta diplomática. Al mismo tiempo, Arabia Saudita recibió garantías de seguridad, inmensos acuerdos de armas y respaldo para su ambiciosa Visión 2030.

Nació un sofisticado sistema de contratos prepagos respaldados por bonos del Tesoro estadounidense, que permitió a los productores recibir dinero por adelantado a cambio de petróleo almacenado y “no disponible”. Esto falseó la verdadera oferta global, manteniendo artificialmente altos los precios y estrechando la percepción de la oferta sin hundir el mercado.

Este inventario creció desde 370 millones de barriles en 2017 hasta superar los mil millones en 2024, consolidando un nuevo equilibrio. Gracias a esto, Arabia Saudita puede aumentar la producción sin poner en riesgo la estabilidad de los precios ni su flujo de caja. A la vez, los mercados financieros se benefician de mayores oportunidades para operar con futuros y derivados vinculados al petróleo, fortaleciendo la conexión entre el crudo y el dólar.

Así, el petróleo dejó de ser solo una materia prima para convertirse en un instrumento de poder estatal y diplomacia energética. Arabia Saudita no sólo busca controlar el mercado, sino que usa el petróleo para financiar su transición económica, reforzar alianzas estratégicas y alejar amenazas regionales como Irán y los houthis en Yemen.

Por eso, los modelos clásicos de análisis —centrados solo en oferta, demanda y ciclos de precios— ya no funcionan. Arabia Saudita y la OPEP mayoritaria tienen el 90% de la capacidad ociosa, utilizandola como parte fundamental de su influencia geopolítica y financiera. El petróleo es la clave de un tablero global donde nadie mueve una ficha sin considerar la maraña de contratos, finanzas y alianzas que lo rodean.

En definitiva, Arabia Saudita no solo está defendiendo precios o cuota de mercado. Está redibujando el mapa del poder mundial, aprovechando el petróleo como una herramienta de soberanía financiera y diplomática.

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