En los últimos tres años, un instrumento financiero ha experimentado un crecimiento sin precedentes: los bonos panda. Estas emisiones de deuda denominadas en yuanes y colocadas en el mercado chino por entidades extranjeras alcanzaron en 2024 la cifra récord de 23.500 millones de dólares, según S&P Global. Detrás de este boom se encuentra una estrategia geopolítica clara: Beijing busca expandir la influencia internacional de su moneda y ofrecer una alternativa al predominio del billete verde.
Los bonos panda nacieron en 2005, pero durante más de una década su desarrollo fue marginal. El punto de inflexión llegó en 2023, impulsado por las tensiones geopolíticas derivadas del conflicto en Ucrania y el temor a las sanciones estadounidenses. Deutsche Bank identifica estos factores como determinantes, aunque también destaca las ventajas que ofrece China: costes de financiación competitivos y un marco regulatorio más transparente.
El atractivo es evidente. Judy Lee, socia de Appleby en Hong Kong, explica que los rendimientos de los bonos del gobierno chino a 10 años han sido consistentemente inferiores a los de Estados Unidos, lo que permite a los emisores acceder a financiación más barata. «Esta herramienta estratégica les permite capitalizar los bajos tipos de interés de China y diversificar su base de inversores», señala la experta.
Indonesia se convirtió recientemente en el último país en anunciar planes para emitir estos títulos. Su ministerio de Finanzas prepara ya el lanzamiento, motivado precisamente por las condiciones favorables que ofrece el mercado chino. No es un caso aislado: en Europa, Hungría, Portugal, Polonia y Eslovenia han tomado el mismo camino, junto con compañías francesas, alemanas y canadienses. En África, Egipto fue pionero en 2023, y ahora Kenia planea utilizar este mecanismo para financiar proyectos paralizados.
El desafío pendiente del yuan
A pesar de estos avances, la internacionalización del yuan sigue siendo un objetivo lejano. Según el FMI, apenas el 2,14% de las reservas internacionales están denominadas en la moneda china, mientras que en las transacciones globales su participación es del 2,88%, frente al 47% del dólar y el 23% del euro, según SWIFT. Una cifra sorprendentemente baja considerando que China representa entre el 25% y el 30% del comercio internacional.
La semi autarquía del sistema chino, junto con problemas de liquidez y regulación, ha impedido que el yuan se consolide como divisa de referencia global. Los bonos panda son una pieza clave para superar estas limitaciones. Al vincular instituciones extranjeras al sistema financiero chino, Beijing crea canales para expandir el uso de su moneda más allá de sus fronteras.
Paralelamente, China despliega otras iniciativas: mejora de infraestructuras de pago transfronterizo, acuerdos bilaterales de swap con países de África y Latinoamérica, imposición del yuan en grandes contratos asiáticos y desarrollo del e-CNY, su moneda digital controlada por el banco central.
El Banco Popular de China proyecta que estas medidas cristalizarán entre 2026 y 2030. Las autoridades del país aspiran a que para 2035 el yuan represente entre el 15% y el 20% de los pagos mundiales, superando a la libra esterlina y acercándose al euro. Una meta ambiciosa que dependerá de la voluntad de apertura de Beijing y de la confianza que logre inspirar en los mercados internacionales.