La alianza estratégica que África necesita

Cómo Nigeria y Sudáfrica pueden construir un frente común para enfrentar el nuevo orden global y transformar el continente.
26/10/2025
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En un momento de profunda reconfiguración del orden internacional, África enfrenta tanto amenazas como oportunidades sin precedentes. Mientras el presidente estadounidense Donald Trump desmantela sistemáticamente la arquitectura liberal construida tras 1945, algunos analistas sugieren que esta disrupción podría beneficiar a aquellos países históricamente marginados del sistema dominante. La premisa es atractiva: en un mundo menos obsesionado con democracia y gobernanza, los países africanos podrían finalmente competir en igualdad de condiciones por inversiones y oportunidades comerciales.

Prosperar en esta nueva era de negociaciones de coerción económica exige un poder de negociación del que la mayoría de los países africanos carecen. Las cifras son reveladoras: aunque el continente alberga aproximadamente el 20% de la población mundial, su participación en la actividad económica global apenas alcanza el 5%. Esta desproporción define la vulnerabilidad africana en el escenario internacional contemporáneo.

La solución no radica en la resignación, sino en la coordinación estratégica. Los países africanos multiplicarían exponencialmente sus posibilidades de éxito en este orden posliberal si actuaran de manera concertada. Una coordinación efectiva entre apenas un puñado de Estados africanos influyentes podría catalizar la integración económica continental, estimular el desarrollo de mercados regionales robustos y acelerar los procesos de industrialización que el continente necesita urgentemente. Más aún, una mayor cohesión política otorgaría a África un peso negociador decisivo frente a potencias externas en materia comercial y de inversión.

Lograr esta coordinación es complejo, pero la historia demuestra que no es una quimera. Entre las décadas de 1950 y 1970, mientras las antiguas colonias conquistaban su independencia de los imperios europeos en repliegue, los países africanos forjaron una unidad notable en torno a la autodeterminación. Los líderes continentales establecieron redes de solidaridad sin precedentes, intercambiando ideas, recursos financieros y armamento para fortalecer sus respectivos movimientos independentistas.

El ejemplo de Ghana resulta emblemático. Cuando el país alcanzó su autonomía en 1957, su visionario líder Kwame Nkrumah proclamó una verdad que trascendería generaciones: la independencia de Ghana «carecería de significado hasta que se vinculara con la liberación total del continente africano». Esta filosofía panafricanista cristalizó en 1963, cuando los líderes de 32 Estados africanos recién independizados convergieron en Addis Abeba para fundar la Organización para la Unidad Africana. La OUA se convertiría en la primera institución multilateral del continente, desempeñando un papel crucial en la coordinación del apoyo a los movimientos de liberación y en la construcción de un consenso internacional favorable a la causa africana.

Del panafricanismo moral al pragmatismo económico

Aquella unidad africana estaba cimentada en un propósito moral y fue protagonizada por los líderes de las naciones pioneras en alcanzar la independencia: Ghana, Senegal, Tanzania y Zambia, entre otros. Un ethos compartido trascendió fronteras, diferencias étnicas y barreras lingüísticas, forjando un consenso poderoso en favor de la emancipación continental.

No obstante, la era actual exige un enfoque diferente. En este mundo marcadamente transaccional, la unidad africana debe articularse en torno a una agenda económica concreta y ambiciosa. Y aquí emerge el papel protagónico que Nigeria y Sudáfrica están llamadas a desempeñar. Como las dos potencias económicas más significativas del continente, estos países poseen los recursos, la influencia geopolítica y el peso cultural necesarios para movilizar a una parte sustancial —potencialmente mayoritaria— de las naciones africanas en torno a una visión global compartida.

Un bloque africano cohesionado bajo el liderazgo nigeriano-sudafricano transformaría radicalmente la posición del continente en el tablero internacional. Esta coalición podría extraer concesiones más favorables en negociaciones comerciales, ejercer mayor influencia en el diseño de normas económicas globales y defender colectivamente los intereses africanos frente a potencias tradicionales y emergentes.

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