Barcelona, Valparaíso, Génova, Buenos Aires. Estas ciudades nacieron pegadas al mar, con sus puertos como corazón económico y social. Los muelles eran plazas públicas donde convergían comerciantes, marineros y vecinos. El puerto era la ciudad y la ciudad era el puerto.
Pero la modernización las separó. Primero fueron muelles más altos para barcos más grandes. Luego almacenes gigantescos que ocuparon kilómetros de costa. Finalmente, muros y vallas convirtieron los puertos en fortalezas industriales cerradas al público. El mar seguía allí, pero invisible para quienes vivían a su lado.
Hoy ese modelo se agota. El aumento del nivel del mar, la contaminación marina y una nueva concepción del océano como ecosistema vulnerable obligan a cambiar las reglas. Y en ese cambio, las ciudades portuarias tienen un rol protagónico: son las puertas de acceso a los mares y los territorios donde convergen comercio, ecosistemas y desarrollo urbano. El puerto no era una instalación apartada: era la puerta de entrada, el mercado, el espacio de encuentro social.
Con el correr de los años se convirtieron en puertos eficientes, rentables y completamente invisibles para quienes vivían a pocos kilómetros. Zonas económicas altamente especializadas, esenciales para el comercio mundial pero desconectadas de las ciudades a las que servían.
A partir de los años sesenta, las expansiones portuarias dejaron atrás terrenos abandonados. Muchas ciudades los reconvirtieron en paseos marítimos y zonas residenciales premium. Pero en la mayoría de los casos, estos proyectos no reflejaban la verdadera identidad marítima del lugar ni reconocían el impacto del puerto y los mares en la sociedad.
La economía azul: un concepto en evolución
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) la define como «la suma de las actividades económicas de las industrias relacionadas con el océano y los activos, bienes y servicios de los ecosistemas marinos». Bajo este marco, expertos estiman que las industrias de economía azul podrían emplear a más de 40 millones de personas para 2030, con una producción económica superior a los tres billones de dólares anuales, representando aproximadamente el 2,5% del valor añadido bruto mundial.
Más allá de actividades tradicionales —pesca, turismo costero y transporte marítimo—, la economía azul incluye sectores emergentes de rápido crecimiento: energía eólica marina, acuicultura sostenible, biotecnología basada en algas, observación oceánica, protección ambiental marina y servicios digitales relacionados con el mar.
El concepto también ha evolucionado. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) documenta la transición desde una economía azul «marrón» —basada en usos convencionales y extractivos del mar— hacia una economía azul «sostenible», y propone ahora una economía azul «regenerativa» que no solo minimiza el daño ecológico sino que mejora activamente la biodiversidad marina y mitiga el cambio climático.
Niza 2025: el océano en el centro de la agenda global
La ciudad portuaria francesa de Niza a mediados de año llevo a cabo la Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos (UNOC-3) que reunió a 15.000 participantes de todo el mundo, incluidos 60 jefes de Estado y de Gobierno.
El resultado fue contundente: la declaración «Nuestro océano, nuestro futuro: unidos para la acción urgente» y el Plan de Acción de Niza, con miles de compromisos específicos de gobiernos, empresas y organizaciones de la sociedad civil. Funcionarios de la ONU destacaron el éxito del evento como una demostración del multilateralismo global en un momento geopolítico crítico.
La conclusión es que cinco compromisos resuenan con especial fuerza:
Protección del 30% de zonas costeras para 2030. El compromiso global 30×30 obligará a replantear la planificación urbana y portuaria, integrando áreas marinas protegidas y promoviendo infraestructuras «positivas para la naturaleza», como restauración de hábitats y frentes marítimos con capacidad de adaptación climática.
Resiliencia climática urgente. Con el nivel del mar en aumento y fenómenos meteorológicos cada vez más extremos, los puertos y las ciudades costeras enfrentan riesgos sin precedentes. La planificación de la resiliencia se convierte en una preocupación fundamental para todos los territorios situados a orillas del mar.
Combate frontal contra la contaminación marina. Desde residuos plásticos hasta equipos de pesca abandonados y ruido submarino, la declaración insta a acelerar la acción. Los puertos se posicionan como nodos estratégicos para instalaciones de recepción de residuos, programas de reciclaje, iniciativas de devolución de equipos y logística de limpieza marina.
Economía azul sostenible e inclusiva. El llamado incluye avanzar en la descarbonización del transporte marítimo y logística más ecológica, pero también en pesca sostenible, acuicultura responsable y energía renovable marina. Sectores estrechamente vinculados a las economías de las ciudades portuarias.
Gobernanza multinivel. La declaración reconoce explícitamente el rol de las autoridades locales —ayuntamientos, autoridades portuarias y gobiernos regionales— como actores clave en el avance de la acción oceánica. También subraya la centralidad de la educación y el compromiso social en comunidades costeras, reforzando la necesidad de fortalecer la relación puerto-ciudad-ciudadanía.
En este 2025 se lanzó una coalición con un programa de acción preciso (2025-2028), donde la Asociación Internacional de Ciudades y Puertos (AIVP) lidera un grupo de trabajo específico sobre ciudades portuarias, reconociendo su papel en infraestructuras adaptadas al clima y creación de comunidades marítimas resilientes.
Por otro lado, el Foro de Economía y Finanzas Azules reunió a responsables políticos, inversores, actores del sector marítimo y bancos de desarrollo para abordar el déficit anual de 175.000 millones de dólares en inversión necesaria para una economía azul sostenible. El evento destacó compromisos por 8.700 millones de euros para los próximos cinco años, junto con 25.000 millones de euros en inversiones ya identificadas, destinadas a transporte marítimo descarbonizado, infraestructura portuaria verde, restauración de ecosistemas marinos, energía oceánica y biotecnología.
Los compromisos internacionales se materializan en proyectos concretos. Varias ciudades portuarias ya implementan estrategias de economía azul que integran desarrollo económico, protección ambiental y participación ciudadana:
Barcelona lidera con su estrategia de Economía Azul, coordinada entre el Ayuntamiento y la Autoridad Portuaria, para promover empleo, iniciativa empresarial y nuevas industrias marítimas. El proyecto BlueTechPort funcionará como plataforma de innovación, mientras la remodelación del Port Vell busca reconectar a los barceloneses con el Mediterráneo a través de actividades orientadas a la ciudadanía relacionadas con el mar.
Lisboa avanza con el programa nacional Hub Azul, gestionado por Forum Oceano. El Puerto de Lisboa impulsa esta agenda mediante un programa de aceleración de innovaciones y el proyecto Ocean Campus, posicionando su zona costera como espacio para investigación y nuevas iniciativas en acuicultura, observación oceánica y servicios digitales marinos.
Vigo, en Galicia, destaca por su estrategia integral Blue Growth, implementada desde 2016. Esta iniciativa integra proyectos en pesca, acuicultura, construcción naval, biotecnología, energías renovables y economía circular, combinando modernización industrial con protección ambiental y participación activa de todas las partes interesadas.
San Diego se ha convertido en referente gracias a su programa Blue Economy Incubator, que apoya empresas emergentes y proyectos piloto en acuicultura, resiliencia costera, biotecnología y energías limpias. Al reducir barreras regulatorias y financieras, el puerto contribuye a probar soluciones con potencial de impacto global.
Los Ángeles apuesta por el instituto AltaSea, ya operativo, como centro de investigación, aceleradora de startups y espacio de formación en tecnología marina, acuicultura y energía. La iniciativa se complementa con programas educativos más amplios sobre acción climática en relación con la economía azul.
Hoy, el desafío no se limita a reconectar infraestructuras o crear paseos marítimos. Se trata de construir un modelo donde los puertos sean simultáneamente motores de crecimiento económico, centros de innovación y líderes en protección de ecosistemas marinos.
El cambio producido en los últimos quince años demuestra que el futuro de las ciudades portuarias no solo depende de su capacidad para gestionar el comercio marítimo, sino de su habilidad para alinear prioridades oceánicas globales con desarrollo local. Fortalecer la relación entre puerto, ciudad y ciudadanía, fomentar la gobernanza multinivel e integrar objetivos sociales, económicos y ambientales son factores esenciales.
La economía azul no es una panacea, pero ofrece un marco común para esa transformación. Permite tender puentes entre objetivos oceánicos mundiales y desarrollo local a través de proyectos concretos en logística, pesca, turismo, energía e innovación. Las ciudades portuarias que logren articular autoridades municipales, puertos, comunidades científicas, empresas y ciudadanos en torno a estos proyectos escribirán los casos de éxito de las próximas décadas.