Canadá describe sus ejes estratégicos

Fortalezas, diversificación y geometría variable
03/10/2025
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Mark Carney, vigésimo cuarto primer ministro de Canadá, llegó al poder en marzo de 2025 como líder del Partido Liberal. Su trayectoria es una de las más singulares en la política contemporánea: exgobernador del Banco de Inglaterra, destacada figura del sector privado y asiduo visitante de Nueva York, Carney encarna la intersección entre las finanzas globales y la diplomacia estratégica.

En su intervención ante el Consejo de Relaciones Exteriores, Carney no tardó en reconocer la ironía de su situación. «Como pueden ver, vengo armado con todo nuestro cuerpo diplomático», bromeó antes de agradecer a Bob Rubin, quien le enseñó a tomar decisiones bajo incertidumbre. «Desafortunadamente», añadió entre risas, «la incertidumbre y las relaciones exteriores están confluyendo al mismo tiempo».

El primer ministro fue directo en su planteamiento: ¿cómo puede una potencia media como Canadá prosperar cuando el orden basado en reglas se erosiona, la rivalidad entre grandes potencias se intensifica y los modelos autoritarios se consolidan? La respuesta, confesó sin rodeos, comienza con una nostalgia: «Nos gustaría que el viejo sistema volviera. ¿Podemos tener el viejo sistema de vuelta?» La carcajada general confirmó lo evidente: ese mundo ya no existe.

Durante décadas, Canadá prosperó bajo un sistema que parecía diseñado para países como el suyo. Una política exterior basada en valores se anclaba naturalmente en un sistema multilateral de comercio regido por reglas y un sistema financiero global abierto. La seguridad colectiva de la OTAN proporcionaba protección, mientras que la geografía canadiense ofrecía ventajas incomparables: acceso privilegiado a la economía más dinámica del mundo y distancia segura de las principales amenazas.

Pero había algo más. Occidente compartía una expectativa casi axiomática: los países autoritarios convergerían gradualmente hacia mercados libres, sociedades abiertas y valores democráticos. Para Canadá, esto significaba que el compromiso con regímenes no democráticos no solo era justificable, sino moralmente productivo. La alineación de valores no se comprometía; simplemente se postergaba.

Esa certeza se ha desvanecido. La convergencia resultó ser una ilusión. Estados Unidos abandonó su apoyo al multilateralismo en favor de un enfoque transaccional y bilateral. El poder global se desplaza desde la hegemonía estadounidense hacia una rivalidad multipolar cuyo alcance aún se debate. El cambio tecnológico ha erosionado las ventajas geográficas tradicionales y expandido los campos de batalla desde el ciberespacio hasta el espacio exterior. Y en medio de todo esto, las instituciones multilaterales —la OMC, la ONU— en las que potencias medias como Canadá han confiado durante generaciones pierden efectividad aceleradamente.

La apuesta canadiense: tres pilares de fortaleza

Ante este panorama, Carney no ofreció lamentaciones sino una declaración de confianza calculada: Canadá puede prosperar —no sobrevivir, prosperar— en este nuevo orden por tres razones fundamentales.

Primero, Canadá posee lo que el mundo necesita. Como superpotencia energética, el 85% de su energía es limpia. Es uno de los mayores exportadores de gas natural licuado del mundo, con vastas reservas de petróleo y gas. Sus adiciones a la red eléctrica se miden en bloques de diez gigavatios. Figura entre los cinco primeros productores de diez de los minerales críticos más importantes del planeta. El 40% de las empresas mineras cotizadas globalmente tienen sede en Canadá. Es líder en inteligencia artificial, y sus universidades producen talento en IA, computación cuántica y tecnología de vanguardia a un ritmo que pocos países igualan. «Desafortunadamente, la mayoría va a Estados Unidos», admitió Carney con humor, «pero entiendo que están cambiando su política de visas, así que vamos a retener algunos».

El capital también es una ventaja estratégica. Los fondos de pensiones canadienses se encuentran entre los inversores en infraestructura más sofisticados del mundo. Y crucialmente, el gobierno canadiense mantiene capacidad fiscal para actuar de forma decisiva en un momento en que muchos gobiernos enfrentan severas restricciones presupuestarias.

Segundo, Canadá encarna valores universales. Es una sociedad pluralista que funciona. Sus ciudades están entre las más diversas del mundo. El debate público es vibrante, plural y libre. La estructura federal del país exige colaboración y asociación constantes. Y el compromiso con la sostenibilidad permanece intacto en un momento en que muchas naciones retroceden en sus ambiciones climáticas.

Tercero, Canadá comprende la naturaleza del cambio. «Esto no es una transición; esto es una ruptura», enfatizó Carney. Es un cambio abrupto en un período breve, impulsado por múltiples factores convergentes. Y Canadá está determinado a no solo adaptarse, sino a liderar.

La estrategia: fortaleza, diversificación y geometría variable

La respuesta canadiense se articula en tres ejes estratégicos que, según Carney, ya están en marcha.

Construir fortaleza en casa. Mientras Estados Unidos estaba absorto en sus propias turbulencias políticas, Canadá actuó. En cuatro meses, el gobierno recortó impuestos sobre ingresos y ganancias de capital, eliminó todas las barreras federales al comercio interprovincial y aprobó legislación para acelerar cientos de miles de millones de dólares en proyectos de energía, inteligencia artificial, minerales críticos y nuevos corredores comerciales. El gasto en defensa se duplicará para 2030. Las capacidades en IA, tecnología cuántica, ciberseguridad y minerales críticos ofrecen oportunidades únicas de uso dual que el gobierno planea explotar plenamente.

Diversificar en el extranjero. Canadá está tejiendo una red de asociaciones que reduce su dependencia de un solo socio comercial o de seguridad. Firmó el acuerdo económico y de seguridad más completo que la Unión Europea ha suscrito con un país no miembro. Está en vías de convertirse en miembro pleno de SAFE, el acuerdo de defensa europeo, lo que acelerará sus adquisiciones militares. Acordó un enfoque integral con México para profundizar las relaciones bilaterales dentro del marco del T-MEC. Y está desplegando estrategias más agresivas en Asia.

Practicar geometría variable. Canadá ajusta su compromiso según el contexto y los socios. En Ucrania, es el mayor contribuyente per cápita. En el Ártico, coopera estrechamente con los ocho países nórdico-bálticos para protección física, desarrollo económico y defensa del flanco occidental de la OTAN. En Medio Oriente, trabaja con aliados para promover una solución de dos estados. Y desde el G-7, lidera la creación de un club de compradores de minerales críticos para reducir la dependencia del dominio chino, asegurando no solo el suministro sino también canales de salida garantizados para su desarrollo.

La presidencia canadiense del G-7 ilustró este enfoque de geometría variable. El primer día, con los miembros tradicionales y el presidente Trump, se concentraron en economía e Irán, con reuniones productivas aunque de alcance limitado. El segundo día, con líderes de países BRICS, economías emergentes y Australia, la agenda abordó lo que Carney llamó «viejo multilateralismo»: bienes comunes globales, cooperación energética, minerales críticos, financiamiento para el desarrollo y la próxima conferencia climática. «Eso no significa que así funcione el mundo. No soy ingenuo», aclaró Carney. «Pero una proporción sustancial del mundo se enfoca en estos temas. Canadá es uno de ellos, y continuaremos haciéndolo porque coincide con nuestras fortalezas».

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