El deshielo del Estrecho de Bering abre una frontera estratégica entre Rusia y Estados Unidos

El cambio climático amenaza con transformar la zona más remota y militarizada entre ambas potencias
02/10/2025
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Este angosto pasaje marítimo de apenas 82 kilómetros que separa Alaska de la península de Chukotka representa uno de los puntos geopolíticos más sensibles del planeta, una frontera natural entre dos potencias históricamente enfrentadas que el cambio climático amenaza con transformar radicalmente.

En la actualidad, el Estrecho de Bering es una zona militar cerrada. Acceder a este enclave requiere salvoconductos especiales del gobierno ruso, notoriamente estricto en el control de la región. La escasa población —limitada a las localidades rusas de Anádyr y Providéniya— y las condiciones climáticas extremas convierten esta frontera en un territorio prácticamente inaccesible durante gran parte del año.

Las temperaturas en la zona alcanzan los -60 °C durante el invierno, mientras que en verano apenas superan los 12 °C. Desde finales de octubre hasta mediados de mayo, el termómetro permanece bajo cero, configurando un entorno donde el concepto tradicional de las cuatro estaciones pierde todo sentido.

Esta situación climática actúa como barrera natural entre ambas potencias. Aunque Alaska cuenta con importantes bases militares como Fort Wainwright y la conjunta Elmendorf-Richardson, estas instalaciones operan principalmente en función preventiva. El estrecho se congela durante gran parte del año, pero cruzarlo a pie es la única opción viable —hacerlo en vehículo resulta peligroso debido al movimiento del hielo— y, además, es ilegal ante la ausencia de aduanas en la zona.

En el corazón del estrecho emergen las islas Diómedes Mayor (rusa) y Diómedes Menor (estadounidense), separadas por apenas 3,8 kilómetros. Entre noviembre y mayo, el hielo conecta físicamente ambos territorios, pero cruzar esta frontera congelada es imposible en la práctica. La línea internacional de cambio de fecha genera una diferencia de 21 horas entre ambas islas, una brecha temporal que suma al aislamiento físico.

Esta separación artificial contrasta con la realidad histórica: los pueblos indígenas que habitaban ambos archipiélagos están conectados étnicamente y culturalmente. Sin embargo, Diómedes Mayor permanece deshabitada desde la época soviética, un símbolo de la división forzada que impuso la Guerra Fría.

Durante aquel período de tensión bipolar, el estrecho se convirtió en punto de tránsito para espías de ambos bandos. A pesar de décadas de rivalidad entre Estados Unidos y Rusia, nunca se han registrado enfrentamientos directos en esta frontera, la más cercana entre ambas naciones.

El deshielo como factor de cambio geopolítico

La pérdida progresiva de hielo marino ha afectado tanto a las comunidades indígenas de la zona como a la fauna característica del Ártico —osos polares, morsas y focas—, transformando la estructura productiva y vital del enclave.

Pero más allá de las consecuencias ecológicas, el deshielo acelerado abre nuevas oportunidades estratégicas para Rusia y Estados Unidos. Veranos más largos, otoños que se retrasan y primaveras que llegan antes amplían el número de estaciones aptas para cruzar el Estrecho de Bering de forma segura. Ya no se trataría únicamente del tránsito a pie durante el invierno, sino de una mayor presencia estatal en la región, favorecida por el debilitamiento de las condiciones climáticas extremas.
Esta transformación climática podría alterar el equilibrio geopolítico de una frontera que, hasta ahora, la naturaleza había mantenido cerrada.

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