Una década después de su lanzamiento, la iniciativa «Make in India» del primer ministro Narendra Modi presenta un balance agridulce que refleja tanto los desafíos estructurales de la economía india como las complejidades geopolíticas de un mundo cada vez más multipolar.
En 2014, Modi presentó su plan maestro con una meta ambiciosa: elevar la participación de la manufactura en el PIB indio del 15% al 25% para 2025. El gobierno apostó por políticas industriales específicas, la reducción de la burocracia y la creación de un ambiente propicio para la inversión. Sin embargo, los resultados actuales distan mucho de esas expectativas iniciales.
Paradójicamente, la participación de la manufactura en el PIB indio ha caído por debajo del 14% en 2025, cifra inferior incluso a la de 2014. Esta realidad contrasta con algunos éxitos puntuales que han capturado la atención internacional, como el hecho de que Apple produzca ahora el 20% de sus iPhones en territorio indio, un logro impensable hace una década.
El esquema de Incentivos Vinculados a la Producción (PLI, por sus siglas en inglés), con una inversión de 1.9 billones de rupias (26 mil millones de dólares), ha generado resultados mixtos. Mientras que en sectores como las telecomunicaciones se ha logrado una sustitución de importaciones del 60% en componentes críticos, y las importaciones de células y módulos fotovoltaicos desde China han disminuido significativamente, otros sectores como los ingredientes farmacéuticos activos apenas han reducido su dependencia china del 75% al 72%.
La realidad más compleja emerge cuando se analiza la estructura de estas cadenas de valor. La mayoría de los éxitos indios se concentran en la parte final de las cadenas productivas, manteniendo una fuerte dependencia de los insumos chinos. El caso de los smartphones es ilustrativo: mientras Apple ha logrado establecer operaciones de ensamblaje en India, la compleja red de proveedores, universidades e instituciones de investigación que sustenta su cadena de suministro en China, construida durante dos décadas, solo se ha replicado parcialmente en territorio indio.
Esta situación ha llevado a Nueva Delhi a una recalibración pragmática de su estrategia. En marzo de 2025, el gobierno aceleró conversaciones con actores globales de la cadena de suministro electrónica, principalmente proveedores chinos, para establecer empresas conjuntas y asociaciones estratégicas. Esta apertura marca un giro significativo en la política industrial india, que ahora busca capitalizar la experiencia china en lugar de simplemente sustituirla.
El contexto geopolítico añade complejidad a estas decisiones. Las tensiones fronterizas entre India y China en 2017 y 2020 habían endurecido las relaciones bilaterales y acercado a Nueva Delhi a Washington. Sin embargo, desde octubre de 2024, ambos países han mostrado señales de deshielo, aumentando la emisión de visas y reviviendo discusiones sobre grandes inversiones extranjeras, como la propuesta de BYD para establecer una planta manufacturera en Telangana.
Esta estrategia de «multi-alineación» que caracteriza la política exterior india podría, según algunos analistas, transformarse en una «multi-dependencia» problemática: dependiente de China para bienes intermedios, de Estados Unidos para tecnologías avanzadas, y de naciones sancionadas como Rusia para energía y defensa.
El debate interno en India sobre el nivel de engagement con China continúa intensificándose. Mientras tanto, la arquitectura del comercio global experimenta transformaciones profundas bajo las políticas de Donald Trump, haciendo que la integración estratégica con otras economías se vuelva vital tanto para Beijing como para Nueva Delhi.
Para Modi, quien ha lamentado públicamente que India perdió el tren en las primeras tres revoluciones industriales y prometió liderar la cuarta, el desafío central sigue siendo doméstico. Hasta que el país no aborde sus problemas estructurales internos —ineficiencia gubernamental y reformas del lado de la oferta— la indigenización seguirá siendo una meta lejana.
En el corto plazo, la estrategia más pragmática para Nueva Delhi podría consistir en aprovechar los vínculos económicos tanto con Estados Unidos como con China, evitando un enfoque de suma cero en el conflicto entre ambas potencias. Esto implicaría ofrecer alternativas a la oferta china para Estados Unidos, mientras simultáneamente fomenta la inversión directa china en sectores no directamente vinculados a la seguridad nacional.
La transformación de India en una potencia manufacturera global sigue siendo posible, pero requerirá un pragmatismo ideológico guiado por intereses económicos centrales, más que por consideraciones puramente geopolíticas. En un mundo cada vez más complejo, la supervivencia económica podría depender más de la adaptabilidad que de la rigidez ideológica.