Un mes después del regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, el primer ministro británico Keir Starmer entregó una carta del rey Carlos III al mandatario, en un acto cuidadosamente orquestado para destacar la importancia de la histórica «relación especial» entre ambos países. Trump, recibido previamente por la reina Isabel II en 2019, es ahora el primer presidente estadounidense en ser honrado con una segunda invitación de este tipo. Sin embargo, la visita se da en un momento complicado que pone a prueba la resiliencia de esta alianza bilateral.
Ambos líderes llegan debilitados a este encuentro. Trump enfrenta un revés judicial tras una decisión que cuestiona la legalidad de sus aranceles impuestos a socios comerciales de EE.UU., mientras que Starmer lidia con una crisis interna marcada por la suspensión del presupuesto y la renuncia de la viceprimera ministra por escándalos fiscales.
Pese a ello, la diplomacia del «deal» de Trump y la estrategia pragmática de Starmer han logrado avances, como el acuerdo preliminar firmado en mayo para reducir aranceles sobre productos cárnicos y etanol estadounidenses, a cambio de flexibilizar impuestos a acerío y automóviles británicos. Esta cooperación mutua busca impulsar beneficios comerciales y fortalecer la alianza.
La agenda de la visita está diseñada para apelar a la fascinación del presidente estadounidense por la monarquía: incluye estadías en el castillo de Windsor con ceremonias de gala, así como encuentros oficiales en Chequers, residencia del primer ministro, para resaltar los vínculos históricos personificados por Winston Churchill. Además, se presenta como uno de los objetivos centrales cerrar un acuerdo tecnológico («Tech Deal») que consolidaría una cooperación avanzada en inteligencia artificial y ciencia, con inversiones millonarias de empresas como Nvidia y OpenAI, fortaleciendo la posición del Reino Unido en Europa con infraestructuras punteras.
En conclusión, esta visita es tanto un test para validar la apuesta política de Starmer por una relación cercana con Trump como una oportunidad para medir la fortaleza del «puente tecnológico» anglo-estadounidense. Mientras la política global y las turbulencias internas amenazan con poner a prueba los cimientos de esta alianza, Londres intentará aprovechar la ocasión para reafirmar su voz en Washington y fortalecer su posición negociadora frente a Europa y el mundo.