La presencia china en América Latina y el Caribe ha experimentado un crecimiento exponencial en las últimas dos décadas, transformando puertos desde México hasta Chile en piezas estratégicas de un tablero geopolítico cada vez más complejo. Un nuevo proyecto de investigación busca cuantificar, por primera vez de manera sistemática, el nivel de riesgo que estos desarrollos portuarios representan para la seguridad nacional estadounidense.
La metodología empleada utiliza un sistema de puntuación compuesta jerárquica ponderada que asigna valores del 0 al 100 a cada instalación portuaria, donde cero representa el menor riesgo posible y cien el máximo nivel de amenaza. Este enfoque científico permite evaluar de manera objetiva factores que van desde la proximidad geográfica a bases militares estadounidenses hasta el grado de control operativo que Beijing ejerce sobre cada facilidad.
Los puertos bajo escrutinio incluyen aquellos financiados, construidos, operados o directamente propiedad de entidades de la República Popular China. Esta categorización abarca desde megaproyectos completamente controlados por empresas estatales chinas hasta inversiones minoritarias en terminales específicas, creando un espectro de influencia que refleja la sofisticada estrategia de penetración económica de Beijing en la región.
La Iniciativa de la Franja y la Ruta, conocida como la Nueva Ruta de la Seda, ha encontrado en América Latina un terreno fértil para sus ambiciones globales. Países como Panamá, Brasil, Perú y Colombia han visto florecer inversiones chinas en infraestructura portuaria que, según sus promotores, prometen modernización y crecimiento económico. Sin embargo, analistas de seguridad advierten sobre las implicaciones estratégicas de largo plazo.
El Canal de Panamá, arteria vital del comercio mundial, se encuentra rodeado por inversiones chinas que incluyen terminales de contenedores y facilidades logísticas. En el Pacífico, el puerto de Chancay en Perú, desarrollado por COSCO Shipping, promete convertirse en un hub regional que conecte Sudamérica directamente con Asia, potencialmente desviando flujos comerciales tradicionales que históricamente han favorecido rutas estadounidenses.
La evaluación de riesgo considera múltiples variables interconectadas. La proximidad a instalaciones militares estadounidenses, rutas comerciales críticas y centros de población importantes constituyen factores geográficos fundamentales. Simultáneamente, el análisis examina el grado de dependencia económica que estos puertos generan en sus países anfitriones y la capacidad de Beijing para ejercer presión política a través de su control sobre infraestructura crítica.
Los expertos señalan que la preocupación no radica únicamente en el potencial uso militar directo de estas instalaciones, sino en la capacidad de influencia que otorgan a China en momentos de tensión geopolítica. El control sobre puertos estratégicos podría permitir a Beijing interrumpir cadenas de suministro, monitorear movimientos comerciales o incluso facilitar operaciones de inteligencia en territorio americano.
La respuesta estadounidense ha evolucionado desde la inicial despreocupación hasta el reconocimiento de un desafío estratégico de primera magnitud. Iniciativas como el programa «América Crece» buscan ofrecer alternativas competitivas a la financiación china, aunque con recursos considerablemente menores y condiciones frecuentemente más estrictas.
Para los países latinoamericanos, la ecuación presenta dilemas complejos. Las inversiones chinas ofrecen capital para infraestructura crítica sin las condiciones tradicionales impuestas por instituciones financieras occidentales. Sin embargo, casos como el de Sri Lanka, donde el puerto de Hambantota fue transferido a China por 99 años debido a dificultades de pago, ilustran los riesgos de la denominada «diplomacia de la trampa de la deuda».
El proyecto de evaluación de riesgo promete proporcionar herramientas cuantitativas para informar decisiones políticas tanto en Washington como en las capitales latinoamericanas. Al asignar valores numéricos precisos a amenazas percibidas hasta ahora de manera intuitiva, este análisis podría redefinir prioridades de seguridad hemisférica y orientar futuras inversiones en infraestructura regional.
La competencia entre potencias mundiales por la influencia en América Latina ha encontrado en los puertos un campo de batalla silencioso pero decisivo, donde cada grúa instalada y cada terminal construida representa una jugada en el gran juego geopolítico del siglo XXI.