El mundo del transporte marítimo tiene sus propias «horas pico». Al igual que los automovilistas que se frustran en los embotellamientos urbanos, los barcos mercantes de todo el planeta deben lidiar con puntos de estrangulamiento que pueden paralizar el comercio internacional por días enteros.
El caso del portacontenedores Ever Given en el Canal de Suez, bloqueando completamente esta vital arteria y dejando a más de 350 embarcaciones varadas en ambos extremos del canal, obstaculizando la circulación de miles de millones de dólares del comercio global, no fue un evento aislado al otro año el petrolero Affinity V volvió a demostrar la fragilidad del sistema cuando encalló en el mismo canal, aunque por fortuna fue liberado más rápidamente que su predecesor.
Estos incidentes han puesto de manifiesto una vulnerabilidad que los expertos en logística conocían desde hace tiempo: el comercio mundial depende de una serie de puntos críticos donde el tráfico marítimo se concentra de manera peligrosa. El Canal de Suez es apenas uno de estos cuellos de botella que conectan las principales rutas comerciales entre Asia y Europa.
Jean-Paul Rodrigue, geógrafo especializado en transporte de la Universidad Hofstra de Nueva York es categórico: «Todos estos puntos son vulnerables en cierta medida».
Entre los pasos más críticos se encuentran el Canal de Panamá, que conecta los océanos Atlántico y Pacífico, y el Estrecho de Malaca, que une el Mar de la China Meridional con el Océano Índico.
Pero la lista de puntos neurálgicos es extensa: el Estrecho de Ormuz controla el flujo de petróleo desde el Golfo Pérsico, el Estrecho de Gibraltar conecta el Mediterráneo con el Atlántico, Bab el-Mandab vincula el Mar Rojo con el Golfo de Adén, el Bósforo conecta el Mar Negro con el Mediterráneo, el puente de Öresund une el Báltico con el Mar del Norte, y el Cabo de Buena Esperanza sigue siendo una ruta alternativa crucial cuando otros pasos fallan. Cada uno de estos puntos maneja un volumen de tráfico que, de verse interrumpido, podría generar ondas expansivas en la economía global.
Las cadenas de suministro, ya de por sí complejas, se han vuelto aún más frágiles ante disrupciones que antes se consideraban menores. Un simple retraso en uno de estos cuellos de botella puede desencadenar escasez de productos y aumentos de precios en mercados que se encuentran a miles de kilómetros de distancia.
En un mundo globalizado, la geografía sigue importando. Y mientras el comercio internacional continúe dependiendo de estos angostos pasos marítimos, los barcos del mundo seguirán enfrentando sus propias versiones de los embotellamientos que tanto frustran a los conductores terrestres.